martes, 24 de marzo de 2009

Muere a ti mismo

Una buena reflexión de Mauricio Arreola:

Cuando eres olvidado, rechazado o dejado de lado a propósito, y no te afliges, ni te dueles con el insulto o con el descuido, sino que tu corazón está contento, teniendo como valioso el sufrir por Cristo, estás muriendo a ti mismo.

Cuando se habla mal de las cosas buenas que has hecho, cuando tus deseos mal interpretados, tu consejo es pasado por alto, tus opiniones ridiculizadas y no permites que el enojo surja en tu corazón, ni siquiera tratas de defenderte a ti mismo, sino que lo tomas todo con paciencia, en silencio amoroso, estás muriendo a ti mismo.

Cuando soportas en forma paciente y amorosa cualquier desorden, irregularidad, impuntualidad o enojo; cuando te encuentres cara a cara con lo superfluo, con la insensatez, con la extravagancia, con la insensibilidad espiritual y permaneces tal como permaneció Jesús, estás muriendo a ti mismo

Cuando estas contento con cualquier comida, con cualquier ofrecimiento, en cualquier clima, en cualquier sociedad, con cualquier vestimenta, con cualquier interrupción que este de acuerdo con la voluntad de Dios, estás muriendo a ti mismo.

Cuando nunca te preocupas en referirte a ti mismo en la conversación, o de indicar tus propias palabras buenas, o de anhelar vehementemente las alabanzas, cuando realmente puedes amar el hecho de ser desconocido, estás muriendo a ti mismo.

Cuando puedes ver prosperar a tu hermano y ver sus necesidades satisfechas y puedes, honestamente, regocijarte con el en espíritu, y no sentir envidia alguna, sin cuestionar a Dios porque tus necesidades son mucho mayores y en circunstancias desesperadas, estás muriendo a ti mismo.

Cuando puedes recibir corrección y reprensión de alguien menos importante que tu, y puedes someterte humildemente, tanto interior como también exteriormente, sin que surja ninguna rebelión ni resentimiento dentro de tu corazón, estás muriendo a ti mismo.

Necesitas dejar morir tu Ego para que Dios tome el control de tu vida.

Yo, por mi parte, mediante la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.
Gálatas 2:19-20

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